Falcón nos lo trajo, quizá por aquello de que Dios a cada hombre le asigna un lugar para continuar su obra.
El liceo Pedro Gual, fue el Altar de sus comienzos, muchas fueron las generaciones que disfrutaron sus claras exposiciones desde la cátedra de Química; nunca se conformó con enseñar, él siempre dijo que lo más importante y necesario era educar para la vida, alguna vez comentó que la etapa más difícil del joven era el bachillerato, pues este era el momento de sembrar, corregir y ayudar, por ello cada alumno según él, debía ser un hijo más.
Dimas Segovia, fue hombre sencillo, preocupado, aparentaba un carácter fuerte, semejante a un tallo de rosas donde las espinas no pueden ocultar la fragilidad y belleza de sus flores. No fue nunca un hombre conformista, siempre se exigió hasta más allá de lo posible, porque la capacidad del hombre la limita sólo el deseo de hacer y llegar así hasta las metas propuestas. Participó en todo tipo de instituciones tanto educativas como ciudadanas, Valencia la sentía como parte suya, pues siempre expresó: “los mejores y más largos años de mi vida se los he dedicado a esta hermosa Ciudad”.
Realmente a pesar de conocer al profesor Dimas Segovia Chávez, desde hacía mucho tiempo, fue durante su paso por la Comisión de Planeamiento Municipal donde hicimos una profunda amistad. Alguien podría preguntarse ¿Qué hacia un Profesor de Química en una Comisión de este tipo?; en razón diversas modificaciones en la legislación Municipal se incorporaría a la comisión de Planeamiento no sólo arquitectos e ingenieros sino personalidades relevantes de la ciudadanía, que por el mismo conocimiento adquirido en su quehacer diario serían de gran utilidad para esta comisión, por esta razón entra a formar parte de la nombrada comisión de Planeamiento Municipal el profesor Dimas Segovia Chávez, creo no hubo mejor escogencia que esa, siempre fue un hombre de aportes, de una gran emotividad, en fin… Un extraordinario promotor de la ciudad.
Alguien me dijo que yo siempre tenía a mano una anécdota y en este caso no lo voy a desmentir, más cuando se dice que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer. Bueno vamos a remontarnos unos cuantos años atrás, cuando siendo yo estudiante de Derecho y trabajaba con mi tío Luis Ugarte Sereno (vendedor exclusivo de la Urbanización El Trigal) y una tarde se presentó en la oficina la profesora Leny de Segovia, para obtener información sobre una parcela educacional que no fuese muy grande y que a la vez tuviese un financiamiento adecuado a las posibilidades de ellos; inmediatamente mi tío Luis Manuel, le propuso una negociación bastante ventajosa y al día siguiente la profesora Leny se presentó con el profesor Dimas Segovia, finiquitándose la negociación del terreno que hoy felizmente ocupa el “Colegio Juan XXIII».
Recuerdo claramente cuando el profesor Segovia, dijo “Me estoy metiendo en un berenjenal, pero esta mujer está empeñada…», fíjense como gracias a esta mujer ellos lograron el sueño de construir un monumento a la educación como lo es el Colegio Juan XXIII. Allí se ha forjado buena parte de los muchachos de esta Valencia, donde han recibido una educación de calidad inobjetable.
Toda conversación debe estar salpicada de algún chiste para hacerla más amena, por ello debe recordar un comentario que hacía el profesor Segovia de un buen amigo que decía “Es tanto lo que a Dimas le gusta la química que primero le pidió a Dios que uno de sus hijos fuese profesor de química, y Dios le concedió el milagro con Virginia, luego pidió que la muchacha se casara con un químico y Dios en su infinito amor también le concedió el milagro, por eso el profesor Bolívar es el marido de Virginia», yo agregaría que a Dios se le olvidó desconectar la milagroteca y un hijo de este matrimonio y por ende nieto de Dimas Segovia es un aprovechado estudiante de química pura.
Este es también el momento para recordar el profesionalismo y la calidad humana de Virginia y Bolívar, que resulta común oír a los alumnos y ex alumnos del Juan XXIII, decir: “Las clases de química de estos dos profesores hacen que uno se enamore de esta disciplina, pues ellos son calidad y encanto; por eso somos los primeros en las olimpiadas de química». Ellos son amor y dedicación, rectitud y sapiencia, agregaría además que Virginia es dulzura mañanera, es corazón que late al ritmo de cada uno de sus muchachos, es entrega compartida en la tristeza y alegría desbordante en el triunfo de los suyos. Su esposo es un trueno que arropa los sonidos y al final es lluvia de cariño, su meta la perfección, su búsqueda, caminar hacia el bien de sus discípulos que tanto esperan de quienes los forman. En realidad es el momento de retomar a nuestro homenajeado para iniciar la despedida pues como todo en la vida tiene su fin parece que al profesor Dimas Segovia el cielo lo necesitó para que fuese una luz en el camino, para que su recuerdo hiciera vibrar a los jóvenes, siga siendo ejemplo de esfuerzo, constancia y triunfos merecidos.
Su trajinar en la vida fue como el del Río Grande y apacible que sabe alimentar la vida con el agua fresca de los sueños y es espejo de las bellezas del cielo.
Estoy seguro que todavía muy por la mañana el profesor Segovia continúa recibiendo a la muchachada del Juan XXIII, y al final de la tarde después del triquitear de las aldabas anuncian el fin de la jornada, le pide a Dios un permisito para bajar a este mundo por un rato el sueño de sus hijos.
Escrito por Rafael Táriba Ugarte en 2001