Susurros a Valencia

Lucio Herrera Gubaira / Fotografía: Internet

Cumples Valencia 465 años en silencio. No hay la alegría de otrora en tu aniversario. Solo la calma silente que evoca el momento del inicio de la aldea. Porque era silencio en el monte, paz de río en marzo, que interrumpía la paraulata con su canto, el llamado del conoto y el chirriar del colibrí al momento del primer asentamiento en el fértil valle.

Al principio todo era silencio, aunque la briza del norte llegaba acariciando la cordillera y se hacía presente como mano que mecía la cuna de la recién nacida urbe. Vientos alisios de más allá de la Teta del Hilaria que en cada sequía llegan desde la costa sobre la fila de Cariaprima.

Y fue silencio lo que impuso el primer sitio de la ciudad cuando el tirano vasco aterrorizó a tu gente que se fue del Morro al Lago para navegar a la otra orilla dejando atrás al sanguinario Aguirre con sus odios y maledicencias. Sitio repetido por Boves y que defendió Urdaneta por órdenes del Libertador en tiempos de pérdida de la segunda república.

También fue el silencio, roto por los golpes de marea o el crujir de la madera del galeón, el que acompañó la travesía desde España a nuestras tierras de la primera imagen, hoy coronada, de nuestra Señora del Socorro.

En silencio marchó la procesión que llevó los restos de Pocaterra de Capitolio a Cementerio, en los hombros de un pueblo ávido entonces de libertad como ahora. Y es que el silencio que dejan las pestes y las tumbas, las batallas sin librar y los cerros quemados, pareciera adueñarse de esta cuarentena.

Más hoy el silencio cubre la gracia con que oran los justos cuando piden por fuerzas para superar la tragedia. Y es el silencio el que inspira al artista para dejar su obra, en sonido, prosa o visión, en rebeldía o adoración, para trascender realidades en presencia perenne.

Es el silencio de hoy el que separa amantes confinados, hermanos ausentes o a los padres de hijos que han marchado, familias divididas que susurran ausencias sedientas de reencuentros.

Valencia, hoy tu silencio es algarabía en la conciencia de los hombres que se levantan en contra de las injusticias de estos tiempos rojos. Han pasado tantos años, dama de las cuatro centurias que ya pronto serán cinco, y aun conservas ese cielo claro que llama a soñar e invita a construir.

Hoy muchos de tus hijos no están, algunos se fueron y otros pasaron y su memoria reposa en el campo santo que vigila la serranía de la Guacamaya. Desde allí se mira lejos la sabana. Esa que vio la heroica gesta de la liberación del yugo español y que ahora está expectante de nuevas causas emancipadoras, demoradas en el tiempo pero latentes en el reloj de la historia y en los corazones que no se han rendido a la adversidad ni a la tiranía.

Tú mi Valencia, la de tantos hombre y mujeres que escribieron con cal y sangre el manifiesto de una tierra fecunda de amores y realizaciones. Esta noche estaré pensándote al mirar a lo lejos y sentir tu angustia en esta dura prueba que vives este año bisiesto del inicio de la tercera década del nuevo milenio. Ya no estás sitiada por ningún caudillo, ahora es un sitio impuesto por enemigo minúsculo pero terrible que obliga a tus hijos a un nuevo confinamiento.

Volverán a escucharse los gritos de los niños alegres en su camino al aula y la voz clara del trabajador noble que madruga y desafía la rudeza que le presenta el llegar a su trabajo.

Volverán las aguas a llegar limpias a los hogares que esperan mejores tiempos que los que han generado los hacedores de tragedias e infamias de una revolución fallida de bondades.

Este susurro de hoy será pronto coro de miles que se levantarán del largo letargo que significa vivir en la esclavitud que impone la ignorancia y el oprobio.

Porque volverás a ser libre, bulliciosa y próspera. Tú, Valencia, la de Carabobo, la de Venezuela.

 

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